Esta mañana Europa se levantaba con la noticia del posible desbordamiento del río Sena a su paso por París, algo que ha puesto en jaque a los responsables de dos de los museos más importantes de la ciudad: el Museo del Louvre y el Museo de Orsay. La pinacoteca más visitada del mundo ha tenido que cerrar sus puertas para poner a salvo más de la mitad de la colección que se guarda en los almacenes que se encuentran en los bajos fondos del edificio.
La sensatez/protección del patrimonio ha primado frente al resto de intereses, algo que celebramos y que dice mucho de los franceses, una sociedad que defiende con uñas y dientes todo lo que considera importante. ¿Esta rápida reacción se daría igual si hubiera ocurrido en otro país? Sí, gracias a no sé qué o quién, hay lugares en los que el sentido común es lo que abunda, pero desgraciadamente hay muchos otros sitios en los que no. Sin embargo, quizá el problema no reside en intentar impedir que todas esas obras se mojen y se destruyan, sino en cuidar mejor nuestro planeta (aunque parezca un slogan de Greenpeace). Es así, no consiste en reaccionar rápido cuando se avecina una catástrofe, sino en no destrozar lo que nos mantiene como humanos para poder mantener lo que nos mantiene como seres razonables.
Es importante preservar la naturaleza y lo que nos ha brindado a lo largo de tantos siglos, también con algunos de los añadidos que le ha ido dando la mano del hombre, para poder así conservar nuestras tradiciones y culturas. Conservar la base de la humanidad es esencial para poder conservar lo que después el individuo ha ido forjando como ser humano, dejando su huella, entendiendo aquí como huella a la que no ataca directamente la creación que ya viene dada de la naturaleza, sino como aquella que mantiene un diálogo con ella.
Sin más, hay que proclamar más la conservación de lo que ya nos ha venido concebido para poder seguir protegiendo lo que nosotros ya hemos producido.
Comentarios
Publicar un comentario