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El Ministerio del Tiempo o cómo sumergirse en la Historia a través de una buena ficción

El lunes se estrenó la segunda temporada de El Ministerio del Tiempo, una de las series históricas con más carisma de los últimos años.

Hace tiempo que venimos arrastrando la moda de las grandes producciones de temática histórica, tanto a nivel español como a nivel mundial. ¿Quién no ha oído hablar del irreconocible Enrique VIII de Los Tudor, la aclamada Roma, la adaptación de Los Pilares de la Tierra, o la reciente Vikingos? De éstas, seguramente pocas serán recordadas dentro de unos años, y no me refiero a aspectos artísticos o de producción, sino por la sinopsis. Está claro que si realizas una serie con base histórica, lo más normal es ceñirte a los hechos, pero muchas de estas series también añaden acciones salidas de la mente de un guionista, algo que me parece totalmente lícito. Y probablemente sea esta la razón por la que El Ministerio del Tiempo ha triunfado tanto.

El objetivo de este Ministerio no es otro que detectar e impedir que cualquier intruso del pasado llegue al presente, y al revés, con el propósito de utilizar la Historia para su propio beneficio. Para ello, los empleados de esta institución deben viajar al pasado para evitar que se altere y se falsee la Historia.

Con esta sinopsis aparentemente “fácil”, se entremezclan siglos, hechos, personajes históricos con personajes de ficción, diálogos excepcionales y un toque humorístico que dota a la serie de una personalidad inusual. El guión no es una adaptación más de unos hechos históricos plasmados en la pequeña pantalla, sino que se revelan como una serie inteligente que trata a sus espectadores como tal. No existe la típica escena de “vamos a dároslo todo masticado y bien servido para que podáis entender lo que está pasando al detalle”, sino que se da por hecho que el espectador medio puede comprender lo que está sucediendo. Se trata de entretener (e incluso yo diría divulgar), no atontar; sino siempre está Google al alcance de todos para buscar quién era ese al que llamaban “El Empecinado”, cuál era la labor de Torquemada o por qué coincidieron Lorca, Dalí y Buñuel.

Surgida como un serial más dentro del género, y que pese a que TVE (canal en el que se emite en España) recibió quejas de los televidentes porque no entendían el argumento y se liaban para seguir la trama (incluso se llegó a plantear a sus creadores la posibilidad de simplificarla, que para alegría de todos rechazaron la oferta), un gran número de seguidores, en gran medida impulsado por las redes sociales, iba apareciendo para acabar conformando lo que hoy se conoce como los “ministéricos”, y quienes esperábamos ansiosos el retorno de los nuevos capítulos.

La segunda temporada ha empezado con la muerte prematura del Cid, con el retorno de Irene, la marcha de Julián (aunque sigue en la serie de manera intrínseca, gracias a la ingeniosa idea de mantener vivo al personaje a través de su diario sonoro para poder seguir sus andanzas), y su sustituto Ambrosio Spínola. A colación de Spínola, cabe decir que me pareció magistral meter la coña de la famosa frase de Bruce Willis en La jungla de cristal (“Yipi ka yei hi de putas”) aprovechando que quién interpreta al general es nada más y nada menos que el actor de doblaje de Bruce Willis, Ramón Langa. Con esto se nota que esta nueva temporada mantiene, e incluso me atrevo a decir que supera, el toque de humor y guiños continuos entre cruces históricos, ficticios e incluso sobre ellos mismos, como que Salvador, el subsecretario del ministerio, califique de absurda la idea de hacer una serie de televisión sobre el propio ministerio.

Sólo decir que quien no la haya visto aun (lo siento por los spoilers) ya está tardando en hacerlo porque es de lo mejorcito que se ha hecho en este país, tanto a nivel de producción como a nivel argumental. Es ideal para aprender sobre la historia, porque aunque toque muchos hechos de la historia y la cultura española, El Ministerio del Tiempo es perfecta para acercarse a nuestra memoria pasada; y qué mejor manera de hacerlo que de la mano de sus propios protagonistas, Lope de Vega, Lazarillo de Tormes, Velázquez o Picasso entre otros.

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