Hace unos días salía la noticia de que 100 profesores de 10 países distintos firmaron un manifiesto exigiendo la intervención de la Administración pública en el tema de la Mezquita-Catedral de Córdoba, cuya titularidad se la ha apropiado el Obispado de Córdoba.
Este manifiesto no es el único que circula, sino que hace tiempo ya surgió una recogida de firmas en la plataforma change.org con el título “Salvemos la Mezquita de Córdoba. Por una Mezquita-Catedral de todos”, dirigida directamente a la Junta de Andalucía. Pues bien, tanto si la iniciativa surge de la ciudadanía, como de manos de especialistas en el tema, desde medievalistas, arabistas o catedráticos de arte, parece que no hay intención alguna de reportar una respuesta a estas peticiones.
Es sabido que la Iglesia posee un sinfín de patrimonio artístico, y he de reconocer que en muchos casos está mejor protegido en sus manos que en manos de cualquier otra entidad, pero hay obras que son de todos, y especialmente los edificios religiosos.
Pese a que su función primigenia era dar cabida al tribunal en las ciudades griegas y romanas, con la cristianización del Imperio Romano, la basílica (utilizando aquí el término como sinónimo de iglesia, de templo) empezó a utilizarse como recinto oficial para la celebración de las liturgias cristianas. Y es que el Cristianismo se ha nutrido de muchos aspectos de sus antecesores paganos, y tiene similitudes con las otras dos grandes religiones monoteístas, y de esto no se esconde. Sin embargo, cuando se trata de diferenciarse de todo, y mostrarse como la única religión válida, utiliza cualquier elemento, proceda de dónde proceda, y lo asimila como suyo, y esto es lo que ha hecho con la Mezquita de Córdoba.
Como ya he comentado, la Iglesia se distingue del resto de creencias, pero si el problema reside en identificar algo como cristiano, aunque haya pasado por diferentes religiones, no importa que haya tenido un pasado musulmán o judaico (como ha pasado en muchos edificios religiosos que pasaron de ser musulmanes a cristianos, y viceversa), que ella solita le pone su sello y aquí no ha pasado nada. En el caso de la Mezquita, el Obispado ha puesto en marcha un proceso de manipulación histórica que se deja ver en los folletos y en el material divulgativo que reparte a millones de visitantes cada año, tal y como recoge el citado manifiesto. Esto es algo que hemos visto hacer millones de veces a esta institución, y creo que ya va siendo hora de pararle los pies.
Con la Mezquita-Catedral lo que se busca es un reconocimiento jurídico de titularidad pública, porque el patrimonio es de todos, y lo que no se puede hacer es secuestrar y manipular la historia con argumentos afines a su manera de hacer. Además, lo que el Obispado pretende, y de hecho está haciendo, es quitarle el valor cultural e histórico que la Unesco le otorgó a la Mezquita, puesto que solo la citan como Catedral (recordemos que es Patrimonio de la Humanidad y Bien de Interés Cultural).
La historia está ahí, y la realidad es la que es, y muestra de ello es nuestro patrimonio y la huella que nos ha dejado. Vale que un periodo histórico sucede a otro y a su vez destruyen, o aprovechan, elementos de sus antepasados, pero una vez fuimos musulmanes (me refiero a los habitantes de la Península Ibérica), y nos dejaron un legado impresionante del que no podemos desprendernos sólo porque ahora ya no sea la religión mayoritaria. Simplemente pongo un ejemplo: yo soy atea, y no por ello quiero cargarme todos los monumentos y hacer desaparecer todo el legado musulmán y cristiano que existe en cada rincón de nuestra cultura, sino que hay que saber convivir con ello y, sobre todo, respetar nuestra historia.
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