Pese a que los museos son, en gran medida, el continente de las obras de arte, cada vez más vemos cómo muchas de estas obras nos rodean continuamente, muchas veces pasando desapercibidas ante nuestros ojos.
Los mass media nos bombardean con imágenes allá donde vayamos, siendo la publicidad su gran arma. Esto ya lo inició el Pop Art, buscando la manera de popularizar el arte y la cultura existente que de por sí ya estaba asociado al público elitista (lo que hoy denominaríamos “los enteradillos del arte”), para alejarla de ese contexto “culto” y acercarla a toda la sociedad, llegando a utilizar incluso la ironía. Sin embargo, hoy en día esto también ocurre, solo que de una manera que quizá pasa más desapercibida. A menudo nos encontramos con anuncios publicitarios que utilizan obras artísticas para vendernos un producto lácteo, como el yogur La Lechera, en el que aparece el famoso cuadro de Vermeer, o el reclamo de Dior, en el que aparece Charlize Theron desfilando por la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. Muchos de estos anuncios basan su mensaje en obras que una vez impactaron al espectador pero que ahora ya han dejado de estimular los sentidos de quién las observa. No obstante, siguen siendo perfectas como canal de difusión para una marca que lo único que busca es publicitarse, ya que siguen funcionando en el inconsciente del receptor.
Desconozco la verdadera intención del publicista al insertar su producto en una obra de arte, pero admito que matan dos pájaros de un tiro: consiguen captar la atención del espectador en su producto, y a la vez divulgan una obra que quizá ese mismo espectador ignoraba, quedándose así en su subconsciente. Esto último me parece bastante interesante y destaco su gran función en estos tiempos. Desgraciadamente, el arte sigue siendo elitista, y el ciudadano de a pie desconoce muchas obras que han sido imprescindibles para la Historia del Arte y del ser humano en sí, y es aquí donde entra esta publicidad que utiliza las obras para uso propio pero que, a su vez, publicitan también la obra de la que parten. Es así que cuando el receptor recibe el estímulo de algo que tenga que ver con esa obra, inmediatamente se acuerda de ese producto, pero también de la obra, y esto es algo que sinceramente agradezco, porque aunque sea de esta manera, es bueno que se abra el abanico de recepción para el arte. El Pensador (Rodin), La Gioconda (Da Vinci), La Creación de Adán (Miguel Ángel) o El Grito (Munch) son quizá las más conocidas gracias a esta técnica, incluso se utilizan mucho para hacer los montajes más famosos de internet. O el infortunio del pobre Van Gogh, que le valió al grupo de música para darle su archiconocido nombre, La oreja de Van Gogh. Inclusive el caso del programa de televisión Sálvame (tan valorado por unos y tan denostado por otros), que siendo un espacio ideado totalmente para el entretenimiento, su imagen se debe a la obra de Roy Lichtenstein, que se queda en las retinas de sus telespectadores sin que éstos vean más allá, pero que publicitan sin quererlo (al menos eso supongo) a uno de los grandes exponentes del Pop Art.
Con todo, me gusta ver cómo el arte sigue teniendo esa atracción que un día llevó a los artistas a mostrar su obra, y que hoy, otros artistas y publicistas (entre los que ya prácticamente existe una fina línea de separación) lo continúan utilizando para vender sus obras/productos, unos mejor que otros pero al fin y al cabo con un mismo objetivo: hacerse ver.
Agradezco a Sara la idea para este post -__^
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