Barcelona es especial, de eso no hay duda. Es una ciudad cosmopolita con un turismo elevadísimo que llega a cotas insospechadas, sobre todo en estos últimos años con la aparición de aplicaciones como tripadvisor, airbnb o booking. La ciudad condal es una de las más visitadas de España, algo que conlleva una publicidad turística, un buen acondicionamiento en las zonas más transitadas, una buena comunicación entre esas zonas…, y un largo etcétera para que esos turistas que una vez han visitado la ciudad repitan y puedan aconsejarla a sus allegados. Bien, todo esto está genial, y es imprescindible si queremos que conozcan nuestros lugares, sin contar el tema económico, que eso siempre está presente. Pero, ¿se trata sólo de adecuar las zonas más concurridas o de saber publicitar? Creo que se trata de un equilibrio entre ambas opciones.
Barcelona ha sabido explotar sus zonas turísticas (las Ramblas, el Barrio Gótico, la zona de la Sagrada Familia, el Park Güell, la Barceloneta…), pero sin embargo tiene olvidadas las que sólo son visitadas por el turista nacional o por los propios barceloneses. Esta cuestión se me planteó hace unos días visitando uno de los parques de la denominada “capital” de Cataluña. Es el caso del Parc del Laberint d’Horta, que tiene el privilegio de ser el jardín más antiguo que se conserva en la ciudad.
A finales del siglo XVIII, el parque se levantó por encargo del marqués de LLupià, Joan Antoni Desvalls, quien decidió recrearse un jardín neoclásico para su finca de recreo en el distrito de Horta. A esto hay que añadirle un jardín romántico, un canal de agua, y un jardín doméstico justo al lado del palacio Desvalls, todos realizados durante el siglo XIX por parte de los descendientes del marqués. La finca no sólo es un claro ejemplo del gusto por la arquitectura academicista de la clase pudiente barcelonesa, sino que también fue escenario de veladas culturales y sociales, como si de un ateneo se tratara. No obstante, parece que este periodo de esplendor acabó cuando la familia Desvalls cedió el parque al ayuntamiento allá por el año 1967, que no lo abrió al público hasta 1971, y lo sometió a una profunda restauración en 1994.
Si bien este parque es un lugar de esparcimiento para los ciudadanos, no lo es tanto para los turistas, ya que son pocos los que lo conocen y, de hecho, es posible que la mayoría de sus visitantes no provengan de más allá de la provincia de Barcelona. ¿Y esto por qué? Creo que el motivo es bien claro: su poca difusión. Pero ¿por qué? Pues porque no es un lugar turístico, no es un lugar de paso para el turista de a pie que visita la ciudad y lo que quiere ver es La Pedrera o el Camp Nou, y por tanto no interesa tenerlo adecuado y cuidado, pese a que se trata de un Bien cultural de interés local. Cabe mencionar aquí que precisamente en el laberinto se rodaron algunas escenas de la película El perfume: historia de un asesino (2006), con lo que, supongo, se embellecería sólo para la ocasión, para después volver al estado en el que se encuentra ahora. Es posible que esto sean imaginaciones mías, pero comentándolo con personas que han vivido por la zona, me han confirmado que el recinto lleva así desde hace varios años, por no decir décadas.
Con respecto a su estado actual, realmente el parque goza de buena salud turística local, como ya he dicho unas líneas más arriba, pero no se puede decir lo mismo de su salud física. Sinceramente da bastante pena ver cómo los arbustos del laberinto están secos y reforzados por alambres para que sus visitantes no hagan “trampas” y se salten un pasillo para encontrar la salida; o ver cómo en la cascada del jardín romántico no baja más de un hilo de agua; sin hablar del estado en que se encuentran las esculturas de la mitología clásica (narices rotas, brazos rotos, grafitis, suciedad…), o los dos templetes de columnas toscanas que remarcan los lados del laberinto. De manera puntual, o al menos eso espero, un jabalí merodeaba a sus anchas, a la caza de comida, por la parte trasera del jardín romántico, destrozando las plantaciones y vaciando las papeleras que, por suerte, sí tenían un control de salubridad.
Todo esto en cuanto a la parte del parque se refiere, pero si nos ponemos a hablar del Palacio Desvalls, el edificio está prácticamente en ruinas, al menos es la sensación que da a simple vista. A excepción de la parte que acoge el Centre de Formació del Laberint (Centro de Formación del Laberinto) y su correspondiente biblioteca especializada, un instituto para la formación de la jardinería y el paisajismo que tiene su sede allí desde 1993. Supongo que esto se debe al acondicionamiento que se tuvo que hacer para adecuar el palacio a su nueva función, dejando de lado la otra parte del edificio y que, de hecho, la diferencia visual entre una parte y otra es bastante notable.
Con todo, entiendo que no es ni fácil ni barato restaurar y mantener todo este complejo arquitectónico, y mucho menos sus jardines, pero si son capaces de restringir el aforo limitado a un máximo de 750 personas (que por otro lado en la entrada no hay nadie que controle esto) para preservar su ámbito natural y sus estructuras (tal y como indica el cartel que se encuentra a la entrada del recinto), considero que también lo son para conservar y cuidar todo este espacio. Y una de las maneras es dándole publicidad, porque si tienen la cara dura de cobrar entrada para un parque público, lo que podrían hacer es mantenerlo con el dinero que entra en las arcas con esos tickets.
Está claro que la culpa de esto no sólo es de quién es la institución propietaria del complejo, el ayuntamiento de Barcelona, sino también de sus visitantes, ya que dentro del recinto parecen haber señas de que el civismo brilla por su ausencia, algo que igual desaparecería con algún tipo de vigilancia o algún tipo de advertencia.
En pocas palabras, sólo abogo por la conservación de uno de los recintos más bellos de la ciudad condal y que está totalmente abandonado a su suerte, jugando en la segunda división del patrimonio sólo porque no forma parte de la típica ruta turística. Como historiadora del arte me indigna y me apena al mismo tipo ver cómo a estas alturas de la película, el patrimonio sigue perdiendo cuando no se gana económicamente. Sin embargo, tengo la esperanza de que el Parc del Laberint d’Horta recupere algún día su esplendor y que tanto barceloneses como turistas podamos disfrutar de él como se merece.
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